El camino artístico de Baltasar Lobo (III): Constantin Brancusi, el maestro de los volúmenes

Aunque no hubiera triunfado en el ámbito del arte, Constantin Brancusi (1876-1957) sería recordado como el protagonista de una novela, basada en hechos reales. Porque tanto su personalidad como sus extravagantes capítulos vitales darían para un relato que a nadie dejaría indiferente. Uno de ellos, el largo camino que cubrió a pie entre su Rumanía natal y el París que lo bautizó como uno de los mayores escultores del siglo XX. Lo escrito es literal: cubrió a pie dicha distancia… y tardó dos años en hacerlo.

Hijo de una familia humilde, de agricultores, el niño Constantin realizó las más variadas tareas en el campo, completamente ajeno al universo artístico. Suele contarse que Brancusi aceptó el reto de construir un violín con restos de una caja de fruta, lo que cambiaría su destino para siempre: logra una beca para estudiar en la Escuela de Artes de Bucarest, donde sorprenderá por su vocación y talento. Y así fue como en 1902 abandona su tierra para conocer el París de las vanguardias, donde desarrollará sus cualidades bajo el ala de un padrino por todos conocido: Auguste Rodin.

 

Obras «Pez» y «Pájaro en el espacio», de Brancusi, en el MoMA de Nueva York.

A pesar de rodearse de algunos de los creadores más célebres del siglo pasado —como el español Pablo Picasso—, Brancusi desarrollará un estilo propio, lejos de su maestro, pero también de las tendencias del momento, como el cubismo, alumbrando una “nueva escultura”. El rumano alcanza tal maestría en sus volúmenes, que se convertirá en referencia (e influencia) para todos los creadores de su tiempo, incluido nuestro escultor Baltasar Lobo.

El estilo de Brancusi tiene una estrecha raíz en la cultura prehistórica, en las formas ancestrales de expresión del ser humano. Los críticos hacen referencia a su destreza en la talla directa, en la que apuesta por sorprendentes volúmenes y acabados más propios de las joyas que de las formas artísticas vistas hasta el momento. “Cuando no trabaja la piedra, sino el metal, el acabado y el pulido concluyen para la escultura una apariencia de deslumbrante joya”, apunta el volumen de Historia General del Arte de la enciclopedia Summa Artis.

 

«Pájaro en el espacio», Constantin Brancusi (1919).

Tal fue así, que Brancusi experimentó problemas en el envío de las piezas artísticas que pasarían a la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde hoy se pueden disfrutar en una sala monográfica. En la aduana no reconocían la obra de Brancusi como arte, sino como metal en bruto, una confusión que alargaría por dos años un conflicto que sumió al rumano en la frustración, si bien acabaría ganando la batalla y evitaría pagar aranceles por sus piezas, cual si fuesen lingotes de oro. Fruto de aquella entrega, hoy podemos admirar en el MoMA una de sus obras cumbre, “Pájaro en el espacio”, de 1919, junto a otras piezas que prueban la perfección de sus creaciones.

 

Varias obras de arte en la sala del MoMA (Nueva York) dedicada al autor rumano.

Entre su producción, suele citarse “La foca” (Centre Pompidou, 1943) como una de sus creaciones más depuradas, aunque también otras obras como “Recién nacido” (1915), “Princesa” (1920) o “La leda” (1922). Constantin Brancusi falleció el 16 de marzo de 1957 en París, y sus restos descansan desde entonces en el cementerio de Montparnasse, donde también lo hace Baltasar Lobo.